Diarios en viaje





Llegas a Barcelona

El vuelo salió demorado, el primer avión tardó 13 horas y no recuerdo mucho, me tomé una pasta que me dejó más boludo que de costumbre. Una vez en Madrid, entendí que soy un negro bien de barrio. Me sentí en una gran jaula, no encontraba la combinación del vuelo en la sala J 52 (había muchas y miles de salas de la A a la L del 0 al 100!!!) pero me pude subir al pajarito y llegué a Barcelona. De noche ya, pero se nota que es un lugar de película.
El hotel, Juan Carlos 1, como bien lo anuncia el nombre, es uno de los de la publicidad de Capusotto Uy Nos Rooompieron el Orrrto. Agua mineral 5 euros (“¿no te queda Ivess”) la hora de Internet 8 euros, el aire por ahora gratis.
En todo este camino de Padua a Barcelona me revisaron no menos de diez veces, me sacaron las zapatillas, el cinto, abrí muchas veces el bolso, discutí. Un cartel de migraciones dice: Suecos, holandeses, ingleses, norteamericanos, italianos… Otros países. Sí, es lo mismo que decir suplicantes, negros de mierda, por aquí. ¡A cagar! Se olvidan que vinieron a poner un almacén en el barrio después de la guerra y ahora te piden que pases por la cinta a ver si entras una ¿yerba mate? o una bomba de pastelera.
De todos modos, la ciudad es un encanto, y del hotel tengo vista al Camp Nou. Si, no es joda, es como estar en los edificios de la cancha de Ferro. Y grité el gol de Manzini, goool, mierda!!! *
En el desayuno de este hotel cinco estrellas no hay perro que me venga a mover la cola mientras yo pongo el agua para el mate. No se parece, todo este repertorio de embutidos, jugos y frutas, a esas galletitas que pueden haber quedado en la mesada. El sol es fuerte, pero el frío te sacude las orejas cuando vas rumbo a la caminata matutina. Es domingo a la mañana y la gente sale a patinar sobre hielo, a comprar camisetas de fútbol del Barcelona, a pasear.
Me tomo el Metro –el subte, para ser más claro- y no hay boleteros. Solamente máquinas que poniendo monedas o billetes te dan la tarjeta. En este viaje no se escucha el típico ruido a cuchilla de carnicero de la línea C, ni te da la sensación de nostalgia de los coches de madera de la línea A. Todo es a horario, veloz, sin ruidos. Entre catalanes, musulmanes, judíos, árabes, marroquíes, negros, blancos y grises la fauna se empieza a mezclar. En un vagón se hablan muchos idiomas, y yo entiendo por gestos o miradas. Incluso, a la hora de bajar según indica el mapa que me dieron en este hotel para gente como uno, se me presenta el primer problema de la jornada. Las puertas no se abren, ¡joder!, entonces corro hacia una que sí está abierta y me lanzo al andén al estilo Indiana Jones. Después, entenderé que hay un mecanismo por el cual se habilitan, pero imaginen que aprendí a mandar mensajes de texto hace dos años y porque en el fútbol del ascenso no dejan entrar a los visitantes por lo que a los amigos del balón los tengo online.
Ya en la rambla, en esa imponente zona, se puede decir que empiezo a conocer Barcelona. De un lado, el barrio gótico –quien sabe aparezca Batman- donde los callejones y las calles angostas suponen un apriete en cada esquina. “¡Cuidado con los Moros!”, dicen seguido. Así se los llama a los árabes que deambulan por esta ciudad. Pero ¿qué le puede pasar a un negro sudaca que anda con un celular Alcatel sin sonidos y sin red? Me mando, me meto en ese mundo de fantasía, de día y de noche, adrenalina de saber que te la pueden poner, pero no pasa nada.
Sin saber qué almorzar, y como a veces tomo decisiones sin pensar –las mejores, siempre nacen de eso- me meto en un lugar extraño, donde uno –supongo que por la mirada y los rasgos es de Marruecos- anda con un cuchillo gigante y la carne que da vueltas sobre un eje. Le pregunto si en ese sándwich que se observa en la foto puede haber jamón y queso –nota: todas las comidas debieran tener esa base del jamón y el queso porque son los sándwiches que nunca sobran en cumpleaños o reuniones-, apenas me mira y solo se limita a agarrar un pan, cortarlo al medio y meterle pedacitos de una carne que, espero, sea de ternera, porque desde mi llegada no veo caca de perro en la calle. ¿Cómo le explico que sólo preguntaba si me mira, intimidante, con la cuchilla en una mano y el sándwich en la otra? Pago, me siento y a otra cosa. Que sea de vaca.
Queda claro que en cuanto al arte culinario, no fue el mejor de los días. A la noche, y como se termina de laburar tarde, salgo a buscar algo de comer a la 1 y media de la madrugada ya del lunes. Lo único que se ve es un lugar donde, dicen, se venden tapas. Y a menos que sea la de una olla eso tiene que ser comestible. El que atiende tal vez sea el hermano del que horas antes me había obligado a comer la carne cortada. “Y bueno, quiero una tapa de esto y otra de aquello”, le digo como si supiera de qué se trataba. El tipo trae tres pocillos que solo tienen choricitos de no sé qué y algo que miro de reojo. Todo por la mínima suma de 27 euros. Sí, me descosieron el culo, ¡mamá, me recibí de boludo!

*Manzini, Gabriel. Delantero de Midland que le dio el triunfo al equipo ante J.J. Urquiza en el último partido de 2009, que se pudo escuchar por internet.