miércoles, 29 de diciembre de 2010

El partido del año




¿Cómo se hace para soportar el corazón así? La locura colectiva, la de estos jugadores que le ponen sentido a su camino en el Mundial, conmueve. La locura individual, la de Sebastián Abreu, que pica la pelota como en el campito de la esquina ante 84.017 espectadores para que Uruguay llegue a una semifinal luego de 40 años, es para elegidos.
14 minutos del segundo tiempo del suplementario entre Uruguay-Ghana. El mensaje que se envía de la cabeza a los pies no llega, las ideas se nublan, todos esos jugadores empiezan a pensar la punta hacia dónde patear el penal en la definición. Fernando Muslera responde, una vez más, en lo que es la última bola de esa ruleta. Esa pelota cae en el área chica, en un Soccer City de Johannesburgo que por primera vez desde el comienzo del Mundial queda en silencio. Totalmente, sin vuvuzelas, sin cornetas, sin aire; y hay quienes dicen escuchar, incluso, cuando Stephen Appiah remata y Luis Suárez le pone la pierna para despejar, cuando John Pantsil lo intenta otra vez y nuevamente el delantero le pone el alma, sus manos. Se entrega a la expulsión, a no jugar una semifinal del Mundial, a su patria futbolera, a ese color celeste encantador. Sale el delantero con un llanto desconsolado y, de vez en vez, se da vuelta para mirar quién pateará, quién será el verdugo que envíe a su selección para casa. Se tapa la cara con la camiseta, por esa vergüenza que tal vez genere el llanto tan genuino y contagioso de los fieles desperdigados en ese estadio gigante. Va hacia el vestuario, se frena, gira para ver y salta, y grita; se emociona, llora, otra vez llora pero de alegría porque sus lágrimas son dulces. Asamoah Gyan le saca pintura al travesaño con su remate, el árbitro indica el final, la puerta al cielo queda abierta y de fondo parece sonar una canción que trae el viento. "Que comience la función/ vamo'/ vamo' arriba la Celeste/ vamo'..."
¿Quién es capaz de imaginar otro final de este cuento fantástico? Uruguay se mete en la semifinal del Mundial antes de la serie de penales. No puede -ni debe- perder porque el fútbol es un estado de ánimo y estos jugadores van en el aire, sueñan, tienen cosquillas en la panza por saber que cuando todos caminen hacia el vestuario se unirán en un abrazo eterno, interminable. Lo van a subir en andas a Diego Forlán, el del tiro libre a lo Picasso, lo van a ovacionar a Suárez por su valor, lo van a saludar al Maestro, a ese tipo tan conductor dentro y fuera que se gana el respeto inevitable.
En todo eso se piensa, todo eso se siente. Porque, a esta altura, el partido que acaba de jugarse no merece ningún tipo de análisis táctico, estratégico ni nada que tenga que ver con eso de la tiza y el pizarrón. Esto es una carrera humanística, señores; es una novela de amor dentro de un partido. Va Forlán, gol. 1 a 0 en los penales, un padre abraza a su hijo en algún living de Montevideo. Le toca a Gyan, sí, a Gyan. Con apenas diez minutos de diferencia entre un penal y otro va Gyan. Tiene algo en la mirada, un dolor que eclipsa. Lo mete, en el ángulo, mira su reloj y entiende la razón de su lamento. Si el primer penal, ese determinante para que todo un continente festejara a partir de Ghana, hubiera ingresado tan bello y fuerte nada de este escenario se hubiera planteado. La caminata desde la mitad de cancha al área sigue, son los momentos de tensión que genera este juego del fútbol, son cargas de esas que pesan y no son iguales para todos. Muslera se luce una vez ante John Mensah, pero Maximiliano Pereira vuelve a encender el ruido interminable de esas vuvuzelas que anuncian un gran panal de abejas. Todo igual, una pausa a ese clima tan festivo. Pero Muslera se gana el papel de primer actor con otra revolcada fenomenal ante Dominic Adiyiah. Diego Lugano, líder, tonada bien uruguaya, voz de arrabalero, capitán con una rodilla a la miseria se para del banco de los suplentes. Lo sabe, sabe que ese loco que camina con la 13 en la espalda nunca renuncia a sus convicciones. Lo mira, pero Abreu va, porque los locos no entienden de cuerdos. Son. Toma la pelota, hace su arte, la pica, lentamente, como para que un mundo aplauda, se emocione, cante, y llore. ¡Uruguay!, parece mentira las cosas que veo...



jueves, 23 de diciembre de 2010

Un mundo



Soñé, con el perfume de esa tierra mojada que anuncia un llanto. Soné, que todo eso era cierto y entonces escribí una carta. Mil. Soñé, que ese trineo era capaz de ir por el aire al mando de un gordo emponchado con 40 grados –aunque pensé que al venir de Europa era lógico y no iba a exigirle un cambio de vestuario- y pensé que un mundo era posible. Soñé, que siempre nos íbamos a quedar en esa edad donde lo que importa está hecho de pequeñas cosas, de esencia. Soñé, con esa pelota o bicicleta que todos estos nenes que andan por la calle, desangelados y sin sueños puedan también soñar. Soñé, que nunca más iba a escuchar decir que esos chicos deben ir a la cárcel porque ya no tienen arreglo. Soñé, hasta que escuché el sonido, inconfundible, de la lluvia sobre mí…