jueves, 23 de diciembre de 2010

Un mundo



Soñé, con el perfume de esa tierra mojada que anuncia un llanto. Soné, que todo eso era cierto y entonces escribí una carta. Mil. Soñé, que ese trineo era capaz de ir por el aire al mando de un gordo emponchado con 40 grados –aunque pensé que al venir de Europa era lógico y no iba a exigirle un cambio de vestuario- y pensé que un mundo era posible. Soñé, que siempre nos íbamos a quedar en esa edad donde lo que importa está hecho de pequeñas cosas, de esencia. Soñé, con esa pelota o bicicleta que todos estos nenes que andan por la calle, desangelados y sin sueños puedan también soñar. Soñé, que nunca más iba a escuchar decir que esos chicos deben ir a la cárcel porque ya no tienen arreglo. Soñé, hasta que escuché el sonido, inconfundible, de la lluvia sobre mí…

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