Sociedad

Las aventuras de Mauricio y Trapito


Es de Boca, Mauri. Dice que su padre Franco lo lleva, de vez en vez, a la cancha, a Caminito, ahí donde al nene se siente raro, en medio de otros chiquilines que andan a pie en la vida y con franela en mano. Cuenta, papá, que a su hijo nunca lo emocionaron las historias de Trapito –un espantapájaros bien argento que, para ser feliz, sólo necesita de la amistad y de las pequeñas cosas- y desde que un fulano le puso ese apodo al Betito Carranza ya no grita sus goles. “¿No sabes como se pone?, ¡Loco!, le pide al juez –porque él siempre tuvo buena onda con los jueces- que lo anule, que es offside, que no vale, que eso termina siendo una mala influencia para la generación futura”, avisa Franco.

-Pa, hagamos algo ¿Vos te imaginas en 2010 cómo serán los chicos que crecieron con un modelo así en la sociedad? La gente se va a sentir amedrentada e invadida, hay que sancionarlos, ellos con la esponja y nosotros detrás, horrorizados. Ellos con la franela. Hay que regularizar- acota, indignado.



 
Lo que esboza Mauri queda, en el imaginario, como una de esas cuentas pendientes. La de un chico que sueña con ser algo de grande. Tiene frío Mauri, porque la correntada que viene del Riachuelo le mueve el ligero bigotito, parte de un estilo que marca tendencia según espejos donde se reflejan quienes lo llevan. No usa buzo con capucha Mauri, porque eso también es mala reputación, pese a que sus orejitas se pongan coloradas.
El partido, en juego, no llama su atención. Solo zapatea cuando Trapito la lleva atada, como indicando espacios útiles para estacionar el fútbol del equipo. No quiere, definitivamente, que algo terrible suceda. Que el muchachito de los pelos largos termine siendo, tal su pronóstico, un mensaje nocivo para los chicos. Sin embargo, su tensión no soporta el entretiempo, cuando en pantalla gigante y para bajarle la temperatura a la
popular –“¿es ahí donde van los de menos recursos, no?”, se pregunta- proyectan imágenes del dibujo animado con evidentes “mensajes satánicos”, según entiende. “Se quejan por los discos de Xuxa, que al escucharlos al revés, hablan de satán, del diablo. Esto no va, esto no es pro”.
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En mi granja son felices hasta las pobres lombrices/ Es la vida aquí divina, que lo diga la gallina/Todos viven a sus anchas, fíjense sino la chancha/De a poquito de a poquito, van creciendo los pollitos/A la vaca yo la ordeño, para eso soy el dueño…
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Espantado, se levanta de su asiento, se peina el mostachito y sale de la cancha para diseñar su plan del nuevo milenio, mientras Carranza la clava en el ángulo. Alguien lo abraza, en esos segundos donde las clases sociales sienten lo mismo al mismo tiempo. Sólo dice: “Daré batalla hasta el final contra trapitos, limpiavidrios y encapuchados. Usted festeje buen hombre, vamos a vivir mejor”.


Un ejercicio de paciencia




Son las 8. Queda tiempo para un último repaso antes del parcial de física. Un tren sale a las 8 de la estación A con una velocidad de 40 km/h en dirección a otra ciudad B. Otro tren sale de B a la misma hora rumbo a la estación A. Si la distancia entre ambas es de 36 kilómetros, calcular:
A)¿A qué hora y en qué punto se cruzan?
B)¿A qué hora distarán a 12 kilómetros?
C)¿Qué distancia los separa a las 8.34?
Estos jóvenes, camino a la escuela, dibujan números en el aire. La calculadora científica parece resolver el problema. Algo no cierra. Miran desde sus codiciados asientos la realidad. Al final del ejercicio dice: no aplicable al Sarmiento.
Dicen que el tren pasa una sola vez en la vida, quizás por eso toda esa masa de gente se aliste en ese efecto embudo. Una fila sin comienzo ni final que quiere meterse cuando las puertas se abren -si es día de suerte y ambas funcionan-, como sea, donde sea. A destino. Antes, claro, se llega de un parcial cotidiano. Sin monedas no hay máquina, con billete hay demora incalculable -si es día de suerte y hay más de un boletero-. Si suena la chicharra el cosquilleo en la panza es casi como el del enamorado en el encuentro. ¡Viene!, es un paso gigante. En esta etapa hay que dejarse llevar por la marea, ingresar, respirar profundamente y hacer fuerza para que se detenga lo menos posible.
A metros de llegar a Castelar, cambia el maquinista. La demora es a ojo. De tres a siete minutos -si es día de suerte y toca gente que lo quiera poner en marcha-. A continuación, un diálogo entre conductores: "¿Fuiste a pescar? No, me quedé viendo a Boquita, ¿viste los goles de Palermo? Sí, a la noche, pero me mandé para Las Flores, no sabés". Velocidad otra vez, llega Morón, estación del pogo. Salen 10, entran 40. Enlatados, hacia destino.
Si la máquina no asoma, nadie puede decir las razones. O, más bien, se apela al comodín: "Accidente en Flores". Y se remata con un "¡qué loca está la gente!, ¿no?". O con la soberbia ante el reclamo. "Si no le gusta tome un colectivo, señora". Son las 9.13, los jóvenes estudiantes guardan las carpetas. El Sarmiento no es ciencia exacta, es un tren que anda según su estado de ánimo. Si es día de suerte y se levanta con ganas.

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