miércoles, 29 de diciembre de 2010

El partido del año




¿Cómo se hace para soportar el corazón así? La locura colectiva, la de estos jugadores que le ponen sentido a su camino en el Mundial, conmueve. La locura individual, la de Sebastián Abreu, que pica la pelota como en el campito de la esquina ante 84.017 espectadores para que Uruguay llegue a una semifinal luego de 40 años, es para elegidos.
14 minutos del segundo tiempo del suplementario entre Uruguay-Ghana. El mensaje que se envía de la cabeza a los pies no llega, las ideas se nublan, todos esos jugadores empiezan a pensar la punta hacia dónde patear el penal en la definición. Fernando Muslera responde, una vez más, en lo que es la última bola de esa ruleta. Esa pelota cae en el área chica, en un Soccer City de Johannesburgo que por primera vez desde el comienzo del Mundial queda en silencio. Totalmente, sin vuvuzelas, sin cornetas, sin aire; y hay quienes dicen escuchar, incluso, cuando Stephen Appiah remata y Luis Suárez le pone la pierna para despejar, cuando John Pantsil lo intenta otra vez y nuevamente el delantero le pone el alma, sus manos. Se entrega a la expulsión, a no jugar una semifinal del Mundial, a su patria futbolera, a ese color celeste encantador. Sale el delantero con un llanto desconsolado y, de vez en vez, se da vuelta para mirar quién pateará, quién será el verdugo que envíe a su selección para casa. Se tapa la cara con la camiseta, por esa vergüenza que tal vez genere el llanto tan genuino y contagioso de los fieles desperdigados en ese estadio gigante. Va hacia el vestuario, se frena, gira para ver y salta, y grita; se emociona, llora, otra vez llora pero de alegría porque sus lágrimas son dulces. Asamoah Gyan le saca pintura al travesaño con su remate, el árbitro indica el final, la puerta al cielo queda abierta y de fondo parece sonar una canción que trae el viento. "Que comience la función/ vamo'/ vamo' arriba la Celeste/ vamo'..."
¿Quién es capaz de imaginar otro final de este cuento fantástico? Uruguay se mete en la semifinal del Mundial antes de la serie de penales. No puede -ni debe- perder porque el fútbol es un estado de ánimo y estos jugadores van en el aire, sueñan, tienen cosquillas en la panza por saber que cuando todos caminen hacia el vestuario se unirán en un abrazo eterno, interminable. Lo van a subir en andas a Diego Forlán, el del tiro libre a lo Picasso, lo van a ovacionar a Suárez por su valor, lo van a saludar al Maestro, a ese tipo tan conductor dentro y fuera que se gana el respeto inevitable.
En todo eso se piensa, todo eso se siente. Porque, a esta altura, el partido que acaba de jugarse no merece ningún tipo de análisis táctico, estratégico ni nada que tenga que ver con eso de la tiza y el pizarrón. Esto es una carrera humanística, señores; es una novela de amor dentro de un partido. Va Forlán, gol. 1 a 0 en los penales, un padre abraza a su hijo en algún living de Montevideo. Le toca a Gyan, sí, a Gyan. Con apenas diez minutos de diferencia entre un penal y otro va Gyan. Tiene algo en la mirada, un dolor que eclipsa. Lo mete, en el ángulo, mira su reloj y entiende la razón de su lamento. Si el primer penal, ese determinante para que todo un continente festejara a partir de Ghana, hubiera ingresado tan bello y fuerte nada de este escenario se hubiera planteado. La caminata desde la mitad de cancha al área sigue, son los momentos de tensión que genera este juego del fútbol, son cargas de esas que pesan y no son iguales para todos. Muslera se luce una vez ante John Mensah, pero Maximiliano Pereira vuelve a encender el ruido interminable de esas vuvuzelas que anuncian un gran panal de abejas. Todo igual, una pausa a ese clima tan festivo. Pero Muslera se gana el papel de primer actor con otra revolcada fenomenal ante Dominic Adiyiah. Diego Lugano, líder, tonada bien uruguaya, voz de arrabalero, capitán con una rodilla a la miseria se para del banco de los suplentes. Lo sabe, sabe que ese loco que camina con la 13 en la espalda nunca renuncia a sus convicciones. Lo mira, pero Abreu va, porque los locos no entienden de cuerdos. Son. Toma la pelota, hace su arte, la pica, lentamente, como para que un mundo aplauda, se emocione, cante, y llore. ¡Uruguay!, parece mentira las cosas que veo...



jueves, 23 de diciembre de 2010

Un mundo



Soñé, con el perfume de esa tierra mojada que anuncia un llanto. Soné, que todo eso era cierto y entonces escribí una carta. Mil. Soñé, que ese trineo era capaz de ir por el aire al mando de un gordo emponchado con 40 grados –aunque pensé que al venir de Europa era lógico y no iba a exigirle un cambio de vestuario- y pensé que un mundo era posible. Soñé, que siempre nos íbamos a quedar en esa edad donde lo que importa está hecho de pequeñas cosas, de esencia. Soñé, con esa pelota o bicicleta que todos estos nenes que andan por la calle, desangelados y sin sueños puedan también soñar. Soñé, que nunca más iba a escuchar decir que esos chicos deben ir a la cárcel porque ya no tienen arreglo. Soñé, hasta que escuché el sonido, inconfundible, de la lluvia sobre mí…

domingo, 14 de noviembre de 2010




Mi amor se arrastra y se espina allá arriba


Tal vez, en lo encriptado de sus letras se esconda la razón de una movilización por la que 100 mil personas esta vez buscan su reserva moral en una ciudad donde, en lo cotidiano, vive la misma cantidad de gente. Tal vez este acto de fidelidad sin límites ni papeles –el casamiento con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota es de palabra sin jueces ni iglesias ni nada, porque no hace falta más nada- sea el compromiso que no ofrece análisis y lógica. No es lógico, solamente se siente. Desde el desangelado al intelectualoide, lo que conmueve es lo mismo al margen de la interpretación de un fenómeno que no entiende de barreras. Algo sí como una religión donde sus devotos se acercan simplemente para una misa que genera emociones dispares entre alegría, llanto, angustia, dolor, felicidad, convicción y que abre de par en par la sensibilidad. Un quiebre en el que todos quedan al desnudo, en punto cero, y revisan mientras cantan y saltan y se abrazan con amigos y novias y familiares algún momento de su historia, de su viaje.
Cada canción escrita y entonada con esa voz filosa de un pelado a los 61 años adjunta, siempre, una etapa y un color de la vida. Es como repasar buenas y malas noticias de tu archivo más secreto, poner en la mano tu corazón para mirarlo durante unas horas y ver qué tan genuinos son esos sentimientos, preguntarte los por qué de un desencanto, llegar a un estado emocional que rara vez sea tan mágico. Ser, de una puta vez y gritar que el asunto está ahora y para siempre en tus manos.
La música es arte, y desde ese lugar despierta el encanto. Quizás para quienes solamente gusten de una buena guitarra o una bella melodía simplemente alcance. Y todo quede en ese rato festivo que, por cierto, es natural y lo vale. El Indio, los Redondos y quienes comulgan este cuento del que nadie quiere saber cuándo y cómo será el final, es otra historieta sin partituras que leer. Se mueve el pavito desde que cada uno se sube al tren y dura hasta la estación que viene. Nadie, cuando en Tandil queda la melancolía y ese vacío inigualable de lo que fue un show descomunal –sólo diremos que sacó viejos cassettes con El regreso de Mao y hasta sacudió con Manal y Pescado Rabioso- y arranca la espera de lo que será tiene otra pregunta a mano. Desde que camina en busca de la salida del hipódromo hasta que llega a su bondi hace cuentas en el aire por el viaje, la estadía, la comida y lo que sea para estar otra vez en Salta el 26 de marzo de 2011 a ver la presentación de El Perfume de la Tempestad, el nuevo disco.
Nadie quiere tu secreto más que vos, por eso las letras y los aguijones en el alma son de libre interpretación. Porque cada uno de los miles que llega hasta acá lo siente desde su propia vida en este acto de fidelidad mientras canta y baila y se abraza y sueña que el amor es todo aquello que no es lógico ni necesita explicación. Alguien dijo alguna vez que los Redondos son un poco lo que nos pasa. Será eso nomás…

martes, 26 de octubre de 2010





El censo y el perro




Es sencillo Indio, asoma tu hocico por la ventana y explicá cómo es la cosa. Más o menos así. Levantá tu mano, como cuando queres que te toque la cabeza: “flaco, un guau es sí, dos guau es ni, no hay no, pero no digas sí, di guiiii…”.
-¿Quién está a cargo de la vivienda? A ver, te ayudo. ¿Es hombre?
-Guau.
-Ajá, y es de color… ¿negro?
-Guau, cómo sabés tanto. Eh, perdón, seguí…
-¿Y trabaja?
-Guau, guau…
-¿De qué viven?
-Guiiiii.
-¿Qué?
-No, está bien, guauuuuu.
-¿Cuáles son las comodidades y los servicios de la vivienda?
-Living comedor, cocina sin mueble, un microondas, dos piezas muy lum, patio, parrilla, lavadero con un lavarropa con muchos botonitos… un parque al que meo todas las mañanas y cago todas las noches… guauuu, qué bueno.
-¿Internet?
Claro, sí, guau, no se puede decir marca, ¿no?
-Cable.
-Guiiiiii.
¿Y eso?
-Nada, soy un colgado, dejá. Guau, guau.
-¿Tu amo pertenece a pueblos originarios? ¿O desciende de alguna raza?
-Es raro, no sé… guiiii, a veces desciende de una nube de pedos, pero no siempre.
-¿Cuál es su situación conyugal?
-¿La mía? No sé, no tuve un roce en dos años, no da para más esta historia. Para mí que ahora con esto del matrimonio igualitario este se me quiere tirar, pero no se anima. Lo veo en sus ojos, sobre todo en las noches cuando me dice “que lindo mi amigo del alma, qué dice, qué cuenta, deme un abrazo”. Yo me pregunto, ¿No sabe lo que busco a esta altura? Una perra, man, rock and roll neeeneneee.


domingo, 17 de octubre de 2010

Un día en Soweto





En la esquina de Vilazaki y Khuele, en el barrio Orlando West de Soweto, unos nenes que acaban de salir de la escuela juegan a la pelota sobre la calle. Es un fútbol cinco sin alfombras ni redes ni botines. Es un balón, son zapatos y uniformes que cuando caiga el sol -a eso de las 17- irán directo a la tabla de lavar de la vieja, que quizás sea una de esas señoras encantadoras que venden hígados de pollo con harina de maíz o cerveza de jengibre, de elaboración propia, sobre la vereda. No hay arcos ni redes, apenas dos ladrillos juntos sobre el cordón que, necesariamente, deben ser derribados para que estos chiquilines de ojos luminosos griten, se abracen, festejen el gol en la lengua universal. Los autos, veloces, le pasan cerca, tanto que por momentos le tiran una gambeta a puro bocinazo. La escena es natural, parece cotidiana, Mick levanta los brazos, abre su boca, sueña, imagina con ser a tan sólo 7 cuadras de la casa donde alguna vez vivió Nelson Mandela.
A 24 kilómetros de Johannesburgo, en la provincia de Guateng, unas 900 mil personas viven este juego de la vida en Soweto. Este lugar pintoresco que ofrece una escenografía sin estilistas ni maquillaje, donde la estética nace del corazón. Soweto, cuna de raza negra, de hacinamiento y opresión, pero de rebeldía y levantamiento contra un sistema. Ese que el 16 de junio, cuando el seleccionado sudafricano salga a la cancha para enfrentar a Uruguay en Pretoria, viajará en el tiempo hasta 1976, fecha en la que se conmemora el Youth Day, cuando 566 estudiantes fueron asesinados por la policía en la marcha contra la imposición del idioma afrikáans sobre el inglés en las escuelas. Esas mismas instituciones de las que en el mediodía de Soweto salen los jóvenes con la mochila puesta, su uniforme y se lanzan hacia la libertad de jugar, mientras señores, señoras mayores y no tanto se las ingenian para el mercado callejero en este ghetto.
Bridges, una negra de unos 50 años, dice que arma trenzas -son pocos los que con el pelo largo no la usan- por tres rands. Clesh, junto con su socio, Brian, tienen sobre la vereda una máquina de coser y uno cuantos pantalones que remendar. Le cambian un cierre roto por 5 rands o hacen el dobladillo por unos 7. A cien metros del puesto de alta costura, una especie de carpa con espejos de mano y una máquina de cortar el pelo conectada a una batería de auto es una peluquería concurrida. Todo tipo de cortes, al ras, con raya al medio o al costado -clásico, nada de flogger ni emo- te sacan hasta la pelusa por unos 10 rands. Acá, no hay necesidad de tener un canasto con revistas de farándula ligera y a nadie le interesa si la ex de fulanito anda con el empresario o el conductor más famoso de la televisión. Esto es en tiempo real, las páginas son al aire libre, en la calle, cerca de la gente, en comunidad.
En lo que es una avenida principal -pasan autos, colectivos repletos de gente, combis que tocan bocina para levantar pasajeros en cada esquina, un show musical gratis y poco de compact grabado- Berzan dice que tiene 60 años y que su cocina en vivo y sin ppv sale con frecuencia. Cuenta, también, que Soweto mantiene fieles tradiciones, y cuando se entera de las raíces de sus visitantes y futuros clientes de paso, se pone en guardia. Porque Argentina no es solamente Maradona o Messi en estos pagos. “Falucho Laciar, boxeo, gran pelea”, se envalentona y sale detrás del mostrador para contar su sensación en cada round, cuando el púgil argentino en marzo del 81 venció en siete asaltos a Peter Mathebula
por el título Mosca de la AMB, en un escenario montado sobre una cancha de fútbol. Se emociona, le comenta a otro puestero alguna escena del combate, saluda.
Los niños que andan dando vueltas en busca de su pequeña felicidad -saborear un caramelo, correr libremente, cantan a coro el himno o simplemente observan y dialogan con forasteros- guían, intentan que cada persona ajena al barrio se sienta como en casa. “House the Madiba”, señala con el dedo índice de su mano derecha mientras en la otra le da descanso a la vuvuzela -la típica trompeta para el festejo, como en Argentina pero en escala superior-. En Vilakazi y Ngakane, justo en la esquina, hay unos cuantos turísticas de raza blanca con camiseta de Bafana Bafana -así apodan a la Selección- y cachetes rosas con la banderita pintada. Se pasean, se alteran, todo es nuevo y observan desde la puerta la casa donde vivió Mandela genera, inevitable, latidos repetitivos en el alma. La imagen conmueve, es historia en presente. Techos de chapa, ladrillas a la vista, rejas rojas, se observa entre las plantas una gigantografía del ex presidente que el 18 de julio, cuando la pelota deje de rodar en Sudáfrica, cumplirá 92 años. Acá, el turista internacional puede acceder por 60 rands, el nacional por 40, los pensionados por 20, los niños mayores de 6 años por 6. Es un punto de encuentro lógico y comercial de Soweto, que también tiene su lado Soho aunque no se parezca a Palermo. Al lado, pegado a la casita, el Mandela Family Restaurant es sencillo, de mesas chicas y poca concurrencia para la tardecita. Sin embargo, dos hombres de cuerpos ampulosos y auriculares en la oreja son el anzuelo que invita a la libre imaginación. Adentro, en una sala que no está a la vista, se encuentra Winnie Madikizela, la segunda mujer del licenciado en derecho que estuvo 27 años en prisión y que en 1994 se convirtió en el primer presidente tras la abolición del Apartheid. En Soweto, escenario de la resistencia, el hacinamiento y la opresión todo puede pasar, en tiempo real. Mientras los chicos del fútbol sin alfombra ni botines de pista tiran una pared entre los autos y gozan de la libertad de ser.


martes, 5 de octubre de 2010



A Rodrigo



-Gordo, vos pisala. Un rato, de entrada nomás Gordo. Si hacés eso los descolocamos, vas a ver Gordo. Mirá que si se cae al Riachuelo, listo. Cuando vuelva, la pelota va a tener un olor a mierda que nadie de nosotros va a querer cabecear. Y ellos están acostumbrados. Ojo, si se cae cagamos. ¡Dale Gordo!
No bien salió del vestuario, la imagen del Gordo nos tranquilizó a todos. Tenía un cacho de pan en la mano, ese que le sobró del chori que degustó apenas bajó del escolar. Porque el Gordo es así, es distinto y debe, necesariamente, tener licencias. Aunque él diga que es un rito cabulero que debe cumplir, todos sabemos que eso es parte de su motivación. Tragó el último sorbo de la coca y se mandó a la cancha. Llevó la diez el Gordo, salió último de esa fila de jugadores y se acomodó el pantaloncito para empezar el partido.
-Teneme, que en el entretiempo me pinta el hambre-, le dijo al arquero suplente con el pedacito de pan que le quedaba. Masticó, y adentro.
El técnico movió su cabeza de un lado a otro. Miró hacia arriba, gritó: “¡Vamos Gordo eh!”. El diez clavó los ojos en el banco de los suplentes. Dijo que sí con su cabeza y, de paso, certificó que su compañero guardara la porción.
Los jugadores de Victoriano se miraron, tal vez sabiendo que algún plan tenía ese Gordo. Pero cuál. “Para mí que le prometió una docena de facturas, de esas de pastelera. Tengo ese dato”, especuló el lateral derecho, Tabolero, más conocido como jamón justamente por los muslos rellenos y la prominente panza. Leva, el defensor, dudó sobre el profesionalismo de Tabolero. “¿Y si este arregla con el Gordo? Vamo’ y vamo’, le da un par de vigilantes que también tienen membrillo y listo”. Esa idea se instaló en la cabeza del dos, porque siempre supo de la debilidad de Jamón. Entonces, se le acercó, le dio una última arenga y se frotó las manos. Su función en el equipo era clara: movían del medio y en la primera pum, al agua contaminada.
La pelota quedó picando en la mitad de la cancha. Una tentación para el capitán –¿quién si no el encargado de llevar a cabo la estrategia?-. Sacó el derechazo perfecto, ese que se practica en la semana. “¡Eso es jugada preparada, viejo!”, esbozó el entrenador en una escena algo vanidosa. Listo, a la mierda literalmente. “¡Te dije, Gordo! ¡La puta que te parió...!
El barrefondo improvisado que tiene la utilería de la cancha de Victoriano Arenas es una caña de pescar con una red de alambre en la punta. Le es útil, diría que una pieza clave en este equipo. Porque cuando la pelota sale por el aire, lejos, la posibilidad que caiga en las aguas negras que rodean el Saturnino Moure –así se llama el estadio en homenaje a un ex presidente del club- son tan grandes que los pibes están apostados en las afueras con el deseo de que haya pique esta vez, sin carnada. Es elemental sacarla rápido porque si se repone con otro balón se debe repetir la escena. Y, se sabe, las jugadas elaboradas no siempre salen a la perfección. Una vez, fue tan fuerte el pelotazo que fue a parar a la Siam, a esa fábrica abandonada ubicada a 300 metros de donde defiende Leva. Fue en su primer entrenamiento y dicen que eso lo hizo fichar. Por eso siempre vistió la misma camiseta, desde 1987.
A lo Diego, el que visita esta cancha se cuida de que la pelota no se manche. Porque el anfitrión tiene su fuerte en el juego aéreo. Todos saltan, empujan, le dan para arriba. De hecho, en los costados de la cancha, ahí por donde suelen jugar los que alguna vez sueñan con una gambeta, crecen plantitas. Sí, hay plantitas. Dicen que hasta un árbol de mandarinas empezó a nacer porque, se sabe, la identidad de un equipo no cambia tan rápido. “Eso pasó apenas se fue el Beto Outes. Qué querés”, apuntó, resignado, el viejo bufetero. Su relato me despejó cualquier interrogante. La esencia, por estos pagos, perdió contra la baratija del resultadismo. “Acá se juega así, a la bartola. Eso de pisar la pelota es para los de Primera. Acá somos todos bien machos, acá hay que poner, acá es como en el metegol. Hay que jugar al molinete ¿viste?”.
Cuando la pelota volvió, el árbitro intentó agilizar el juego. Pero la fue a agarrar y le bajó la presión. El perfume, penetrante, llegaba hasta la tribuna. En la reanudación, hubo que sacar el lateral nomás, con la advertencia del referí que entendía, desde su desvanecimiento, que se estaba haciendo tiempo. Milanda, el lateral derecho, se puso un broche en la nariz que le alcanzó el viejo. El viejo es un fana de 70 años que se vino en bicicleta desde Libertad y, claro, aseguró que los pantalones no se ensuciaran con la grasa de la cadena. Eso hizo más placentero el lanzamiento con las manos. Pero era difícil, de todos modos, conseguir diez broches más. Y, se sabía, a la larga estos tipos nos iban a meter en un arco a los cabezazos, con semejante tufo. Porque nosotros también somos guapos por arriba, ¿quién no? Pero una cosa es ser rústico y otra que se te quede un pedazo de caca en el pelo.
-Es sábado, dejate de joder. A la noche no me gano a nadie-, le contestó de mala manera, Soyaga, el central nuestro, al entrenador, ante el pedido de coraje. Al menos, se aguantó la primera parte en cero, fue todo por arriba, pero terminamos en cero. Eso sí, los guantes del arquero a la miseria, fue el partido despedida de esos reusch.
En el vestuario, algo más relajados sabiendo que pese a la táctica del Riachuelo se pudo mantener el empate, el Gordo pidió la palabra. Raro, porque el Gordo nunca habla. El juega nomás. Pero esta vez metió con la lengua hacia un costado otro cachito de pan y dijo:
-Esto es fácil, si jugamos como digo yo le ganamos a estos burros. Hay que tocar la pelota por el piso, si la levantamos estos te meten en un arco. Pero si la llevamos al pie están en el horno. Vamos a pisarla hasta sacarle el olor, o al menos se lo mezclamos con la tierra. Y la llevamos nosotros. De última, a los botines los ponemos al sol con alcohol y listo.
Al único que no le gustó la idea fue al utilero, pero igual se salió a jugar con esa identidad. Como le gusta al Gordo más allá de la mierda que obligaba esta vez. De entrada, hubo intentos de Leva por sacarla, pero no la encontraba. En media hora, tres goles del Gordo y uno del Gringo, el nueve, liquidaron el asunto. Los tipos la querían tirar otra vez al agua, pero no había caso. Ni llegaban al cruce. El equipo jugó el mejor partido en años, pelota al piso, corazón y pases cortos. A dos minutos del final, el técnico lo sacó al Gordo. Hubo aplausos, todos nos abalanzamos al alambrado. El Gordo levantó sus manos, saludó y pidió por lo que quedaba en el táper.

sábado, 10 de julio de 2010


Toco con Paul

Es británico, pero nacionalizado alemán. Algo así como el Miroslav Klose de los pulpos (delantero polaco goleador de la selección teutona), Paul es la figura de este Mundial de Sudáfrica que se va con las luces de España y la propuesta holandesa para la final. Nacido en Weymouth en 2008, el oráculo acertó los seis resultados del equipo que dirige Joachim Löw y ahora, con televisación en vivo para Europa, anunció que España se quedará con el título mañana en el Soccer City de Johannesburgo. En diálogo con elpeloensopa, desde el acuario Seelife de Oberhausen y sumergido en sus 1.500 litros de agua, Paul responde a algunas inquietudes futuristas de argentos a las que se accede en elpulpopaul.com. Dice que Diego Maradona seguirá siendo el entrenador de la Selección -"quién sabe me convoque en una de esas listas sábanas interminables, me adapto a varias posiciones y le pego con los ocho tentáculos, sin ser peyorativo con nadie eh”-, asegura, también, que Julio Grondona continuará a cargo de la AFA -"es que en Viamonte al 1300 me ponen de un lado un plato de mejillones con sushi, campeón, todo pasa”- que Carlos Bilardo seguirá en su cargo de manager -"si total...”-, que Argentina no ganará la Copa América de 2011 -”no se hagan el coco con esa idea, van a empezar a decir que se cumplen 20 años de la de Chile y entonces los planetas se alinean a su favor, igual que las coincidencias del 86 y Valeria Lynch bla bla bla...”-, que en Brasil 2014 el equipo gana el grupo, vence a México en octavos, se ilusiona y frena en cuartos -"siempre les pasa lo mismo, tanto es así que las figuras de su eliminación con Alemania se repiten en Javier Mascherano y Carlos Tevez, por lo que corren y no por lo que juegan. Uy dio', no aprenden más”- y, al final, Paul anuncia que Riquelme volverá al seleccionado -"che, al menos den dos o tres pases seguidos con Román en el mediocampo. No hagan preguntas obvias... El que sigue, nombre y medio...”.

jueves, 24 de junio de 2010

Homenaje a un talento



Un sol sin diez

El fútbol que soñamos, ese con el que nos despertamos a la mañana en algún barrio, en campitos alejados de alfombras y redes, el que nos enciende el corazón con un pase, con una gambeta, un caño, sombrero, firulete, tango y gol.
Tal vez las luces del estadio se apaguen, tal vez esa melancolía de saber que no pudo ser nos envuelva, tal vez Román esté ahí, del otro lado, viendo como rueda la pelota, imagine jugadas de esas que no se estudian y sólo se sienten. Se ponga los cortos, vaya al parque en su casa y tire una pared. Porque los elegidos, esos que despiertan fantasías reales nunca están lejos de este Mundial en Sudáfrica.
La convicción, que se defiende con coraje, hace que estos días no sean tan luminosos, porque a este sol africano le falta una estrella. Eso es ganar, aunque se pierda en el alma.

domingo, 20 de junio de 2010

11 de junio de 2010





Cien pasos al Soccer City

El gigante espera, el sonido desnuda sensaciones perdidas de ese chico que, necesariamente, debemos conservar en el corazón. Se siente, ese ruido de la insoportable pero sentida vuvuzela, se siente y lo escucho y me suena en la cabeza. Está en la cabeza, se estaciona, se queda, late. Trae, efímeras, imágenes de esa infancia, de mañanas y tardes interminables, de exquisitas rabonas en la escuela, de las 39 faltas para ver el Mundial del 86, del abrazo con mi viejo, del grito de “vamos Diego, vamos Diego”, siete veces por cada uno de los ingleses que pasan de largo, del 90, de ese equipo ordinario que llega hasta la final y que, otra vez, nos une en un abrazo con la gambeta de Caniggia y el gol a Brasil. De ese golpe que le pegué a la puerta de la casa ¿quién sabe por qué?, del llanto con mi hermano cuando otra vez al gordo le dio positivo en el 94, de la eliminación en la casa de Mariano, con Leo, los tres, en silencio, en soledad y con la melancolía de los que sienten. Camino, sigo a paso lento, miro a los costados, camisetas, colores, razas y religiones. Soccer City, fútbol que une. Me elevo, hasta ese mediodía del cabezazo de Ortega y de una nueva salida tempranera. Puta madre. Silencio, otra vez, banderas y camisetas y reclamos y adiós. La gente me mira acá en Johannesburgo, siento que me mira y que sabe lo que me pasa. O lo que nos pasa, Juan también tiene los ojos empañados, porque también observa esas películas de tanto potrero, del viejo y de los amigos y de lo que tenía puesto y, tal vez, del golpe a una puerta. La entrada, el control, la escalera y un corazón que parece no soportar la escena esta vez. Se inicia la carrera, esa soñada caminata en la que suenan más fuertes las voces y las almas. Mundial del 2002, en casa, solo, gol de Suecia, al laburo y gol de Suecia. Un sudafricano se viste de gala, se pinta para la ocasión, Mandela y su espíritu está en este estadio y también se emociona. 50 metros y a subir los escalones que faltan, sin aire, la mente se pone en blanco de repente. Alemania 06, Román, penales, papelitos, redacción, silencio y otra historia porque se labura. Los chicos que colaboran con la organización, que ubican a la gente en sus lugares, miran, como si esperaran este momento que no se puede transmitir de ningún modo. El campo de juego, el gigante, el estadio, los aviones que pasan, ruidos, colores, imágenes, mi viejo, gol del Diego, barrilete cósmico, Juan, gritos, danzas, FIFA, culturas, la pelota. ¿Mirá dónde estamos?

martes, 11 de mayo de 2010

La red

Feibus, un viaje de vuelta en Sudáfrica 2010


Alfio ha escrito en el muro de Diego

Ahí tenés, my kid armed the quilombo in the Twitter. He me preguntó si could write something, y le dije que sí para que no breaking the balls. Pensé que he was speaking about the Twitter Carrario. Not comments, please. Ultimately there no hay pedazo que les venga well. Bye

A Román le gusta esto

Carlos te ha enviado una solicitud de amistad, para confirmar (o ignorar) esta solicitud sigue este enlace
http//www.theramonesagujasyalfileres.feisbus.com

Don Julio es ahora amigo de Néstor, y otras 15 personas más

Oscar se ha unido al grupo la generación del 86 es una bolsa de gatos

Al Bambino le gusta esto de los gatos

Lionel ¿asistirá el 12 de junio al partido Argentina-Nigeria? Hora de inicio 8.30, hora de finalización 10.30

Diego es ahora amigo de Pelé, Havelange, Blatter…
Ayer a las 23:59

Diego se ha unido al grupo Pelé debutó con un pibe y le pegaba a la jermu, Havelange es el diablo de la pelota y saquen a Blatter de la FIFA
Hace un minuto, aproximadamente

A que junto 500.000 firmas para que Heinze le dé un pase al compañero

A nadie le gusta esto

Diego: Yo también jugaba a sacarle el talquito a Alfio y cuando estaba en Chile llamaba por teléfono a sus jugadores (negocio local)

Lionel hizo 49 goles en el Winnie Eleven

Lionel se ha unido al grupo Alfio es igual a Tony el Gordo, de los Simpson

Alfio se ha unido al grupo Lionel es contra mío y no te tomes los cubitos que es para el whisky la puta que te parió

Carlos fue etiquetado en una foto


domingo, 2 de mayo de 2010

¿Quién?























El lenguaje genera el interrogante: ¿Cómo hubiera sido esa charla telefónica entre dos tipos que hablan en tercera persona?
-¿Quién habla?
-Riquelme.
-Ah, qué hacés.
-Riquelme te quiere decir que ganó hasta el premio Clarín.
-¿Pero quién habla?
-Riquelme.
-Ah, qué hacés. Maradona piensa que quien renuncia a la Selección no juega más.
-¿Eso dice? ¿Quién te dijo?
-Lo dice Maradona.
-¿Quién habla?
-Maradona.
-Ah, qué hacés.
-Maradona no va a llorar por Riquelme. Tiene que pensar en otros. Tiene a Heinze, a Jonás, a Messi tiene Maradona.
-Pero Riquelme ganó los Olímpicos y ahora no se puede sacar un tipo de encima.
-¿Ves? Es lo que te decía.
-¿Quién?
-Maradona.
-Riquelme piensa que en la Selección todo es extraño.
Sí, evidentemente, hay un problema de comunicación entre los diez.

Espectáculos

¿Cómo no sentirme así?


El calvo gira, da su paso de baile genuino. Se acomoda, dice, entona sus escritos que se adueñan del corazón. Late, un estadio donde 35 mil personas conservan, como en ese primer beso, el cosquilleo en la panza. Entonces, es natural que los ojos se empañen cuando avisa “allí estaba el fin, acechándolo…”. Porque el mundo gira menos veloz cuando, inevitablemente, este sueño amenaza con despertar. ¿Cuánto más? Si este líder de una banda que supo, desde sus canciones, enrollar sentimientos de fidelidad inagotable aclara, con su sarcasmo, que a los 61 pirulos anda cerca de que le deban cambiar los pañales. Eso se instala, queda en el aire con los últimos acordes de Ji Ji Ji, y adjunta la pregunta esquiva para una multitud que se conmueve con esas pequeñas cosas, con el mercado de todo amor. El Indio Solari, ese que obliga a esta aventura que no entiende de límites, no es para siempre. ¿Qué queda después? ¿Cuál es el refugio para corazones latiendo fuego? ¿Cómo no sentirme así…?